domingo, 31 de agosto de 2014

EL TRIUNFO CULTURAL DEL NEOLIBERALISMO

Marcos Roitman Rosenmann / La Jornada
El neoliberalismo echa raíces. Durante los años 70 del siglo pasado, las tendencias del capitalismo dieron un vuelco de 180 grados. Los principios que regían las relaciones entre las clases sociales, los mecanismos de consenso, las maneras de enfrentar los conflictos y crisis, entre capital y trabajo, se fueron al traste. De la noche a la mañana la propuesta keynesiana de posguerra, que unía democracia, desarrollo e integración social, fue cuestionada. La movilidad social ascendente se transformó en un nuevo proceso de pauperización. Las desigualdades, otrora combatidas como lacras del subdesarrollo, fueron reivindicadas, en los países de capitalismo central, como motor de la competitividad. La diferencia era de interpretación. Una nueva teoría de la justicia, fundada en la competencia y anclada en la igualdad de oportunidades para fracasar o triunfar, sirvió de pretexto para declarar la supremacía del liberalismo político y reivindicar una reforma del Estado de bienestar capaz de asentar un orden social despolitizado, descentralizado y desregulado. Los principios de la desigualdad natural se consideraron aliciente para el advenimiento de una sociedad ordenada, equitativa y justa, asentada en la economía de mercado. En ella los emprendedores serían recompensados con el triunfo, y los timoratos, acostumbrados a vivir de las ayudas de papá Estado, penalizados con el fracaso y la marginación. La economía de mercado pondría a cada quien en su sitio, sin otro baremo que las habilidades, imaginación y capacidades de cada quien para forjarse un futuro. El tópico: Enseñarles a pescar y no darles el pescado, se extendió como la peste. Los colegios cambiaron las asignaturas de ética y filosofía por economía aplicada a las finanzas. Estudiantes de 15 años debían saber operar en valores bursátiles, simular inversiones, buscar dinero semilla y ser competitivos.

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