martes, 14 de enero de 2014

QUE ALGÚN DIOS REPARTA SUERTE

Vuelve el prestigio del azar, quizá porque descubrimos que tanta sabiduría no garantiza la felicidad

Manuel Cruz / El País

La suerte, podríamos afirmar a modo de definición de urgencia, es un azar positivo. También existe un azar negativo (por eso se puede hablar de “mala suerte”), pero el hecho de que cuando la palabra no viene adjetivada demos por descontado que nos referimos a la buena resulta en sí mismo revelador. Durante gran parte de la historia de nuestra cultura, el azar constituía el enorme territorio de lo que ocurría al margen de nosotros o, mejor, de lo que nos sobrevenía sin que hubiéramos hecho nada para que ocurriera. Se diría que con el tiempo el hombre ha ido conquistando, de forma implacable, también esa región de la experiencia. No siempre ha sido una conquista voluntaria: en ocasiones la suerte nos ha llegado sin pretenderlo o pretendiendo otra cosa (la celebrada serendipity), en tanto que en otras hemos intentado, un tanto presuntuosamente, atribuírnosla ex post facto(“la suerte para el que la busca”, suele ser la fórmula favorita de los que pretenden convertirla en mérito propio).

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