Por fin
empezamos a hablar de cuestiones reales, como la desigualdad, y no de falsas
crisis fiscales
Paul Krugman/ El País
En 2012, el presidente
Obama, que no pierde la esperanza de que prevalezca la razón, predijo que su
reelección acabaría por fin con la “fiebre” del Partido Republicano. No fue
así.
Pero la intransigencia
de la derecha no era el único trastorno que alteraba el cuerpo político
estadounidense ese mismo año. También sufríamos de fiebre fiscal: la
insistencia de prácticamente toda la clase dirigente política y mediática en
que los déficits presupuestarios eran nuestro problema económico más urgente e
importante, aun cuando el Gobierno federal podía tomar préstamos a tipos de
interés increíblemente bajos. En vez de ocuparse del desempleo masivo y de la
desigualdad creciente, Washington tenía la mirada puesta casi exclusivamente en
la supuesta necesidad de recortar el gasto (lo cual agravaría la crisis del
empleo) y desmantelar la red de asistencia social (lo cual agravaría la
desigualdad).
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