Hubo un tiempo en que
nosotros, los economistas, nos manteníamos alejados de la política. Entendíamos
que nuestro trabajo consistía en describir cómo funcionaban las economías de
mercado, cuándo fracasan, y cómo unas políticas bien diseñadas podían mejorar
la eficacia. Analizábamos las compensaciones entre objetivos enfrentados (por
ejemplo, acciones frente a eficiencia) y prescribíamos políticas para obtener
los resultados económicos deseados, incluida la redistribución. Dependía de los
políticos aceptar (o no) nuestros consejos, y de los burócratas si
implementarlos.
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