Serpientes y Escaleras
Salvador García Soto - Expreso
La decisión del presidente López Obrador de abrir, tres años antes la carrera para su propia sucesión, y de ser él mismo quien haga públicos los nombres de los posibles candidatos a sucederlo por su partido, representa sin duda un hecho inédito en el sistema político y presidencialista mexicano.
Todos los mandatarios de la historia, desde que el país tuvo elecciones para renovar al titular del Poder Ejecutivo, jugaron en su momento el juego sucesorio e instituyeron prácticas y rituales como el “tapado”, las “barajas de aspirantes”, las “pasarelas políticas” y hasta el lanzamiento de sus “delfines”; pero todos, invariablemente, tanto en la vieja era del PRI como en los dos sexenios panistas, esperaron hasta el cuarto o quinto año para soltar las amarras de la sucesión porque justo en ese momento comenzaba el ocaso y el eclipsamiento de su propio poder como presidentes.
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