Es tradicional hacer la comparación del Estado -la
organización política al más alto nivel de una comunidad soberana dentro de un
territorio formalmente delimitado- con una nave. En ocasión de su informe al
congreso, un presidente pretendió quitarse responsabilidades por una gran
crisis económica y política, declarando: "soy responsable del timón, pero
no de la tormenta". Aquí y ahora, viene al caso recuperar el tormentoso
símil marítimo.
Cambiar la trayectoria de un gran navío toma tiempo y mucha
energía. La inercia dificulta el viraje. Para la nave del Estado mexicano,
además de las inercias sociales y culturales generadas a lo largo del siglo que
el país ha vivido en el régimen que está por concluir, también cuentan las
resistencias de los grandes intereses creados: las concentraciones de capital,
los sindicatos, el crimen organizado, la partidocracia, etc.
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