Fabrisio Mejía Madrid
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Nací en París en 1938 de las angustias de dos austriacos –Von Mises y Hayek– que veían en cualquier Estado social la posibilidad de que el nazismo y el estalinismo se propagaran. Los millonarios fundaron en 1947 la Pelerin Society para apoyarme pues querían evitar regulaciones y pagar impuestos. Lo primero que hicieron fue ocultar que yo era una ideología: “natural”, como las fuerzas del mercado, me definieron. No era yo la división entre Estado y mercado de los viejos liberales, sino la subordinación de la autoridad a los deseos empresariales. El Estado no debe beneficiar a los que no han tenido oportunidades en la vida, sino a quienes las tuvieron todas. ¿Por qué? Porque el éxito es natural: hasta entre los animales y plantas sobreviven los más aptos. Entre nosotros se llaman “ganadores” y “perdedores”. ¿Por qué? Porque las personas son entes competitivos concentrados sólo en su propio beneficio. La competencia beneficia a las sociedades porque todos tratan de hacer lo mejor para sobrevivir. Como resultado, todos tenemos mejores y más baratos productos dentro del mercado libre, intocado por el Estado que sólo lo obstaculiza y no deja que se desarrolle naturalmente. Esto es éticamente aceptable porque es una competencia en donde el éxito o el fracaso es responsabilidad sólo de los que compiten. Margaret Thatcher, una de mis madrinas, lo dijo muy sencillo: “No hay tal cosa como una sociedad. Son individuos viendo por su bienestar y, luego, quizás, por el de sus vecinos”. Nuestro mito fundador es el Ciudadano Kane: un chico abandonado que llega a ser un magnate de periódicos o, más recientemente, un niño solitario que hace computadoras en Silicon Valley.
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