La globalización extrema que se buscó con ahínco a fines del siglo XX ha tenido que ceder su lugar al temor de las élites mundiales a los efectos e implicaciones de una desigualdad que poco o nada tiene que ver con la desigual distribución original de los talentos y las capacidades. Tampoco, en sentido estricto, con el libre comercio o los saltos tecnológicos. Tiene que ver con el poder y sus usos y, en nuestro caso, con los abusos que de él hacen los ya poderosos.
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