Luis Rubio / El Siglo de Torreón
"Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno
aparecerán toda clase de síntomas mórbidos". Así escribió Antonio
Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran
experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos
décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En
contraste con el puñado de naciones que lograron -por circunstancia o
liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso
ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y
choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han
provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o
los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de
visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un
sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y
procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y
excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo
electoral y energético se pueden explicar en esta dimensión.
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