La familia de una víctima y grupos en defensa de los animales dudan de la versión oficial
Pablo de Llano- México-El País
En la parte baja del Cerro de la Estrella hay un cementerio, y a un
lado del cementerio, pasada una barranquilla maloliente donde desembocan aguas
fecales, hay un asentamiento ilegal de casas pobres. Uno de los vecinos explica
a los periodistas que cada fin de mes unos individuos suben al anochecer a la
cima del monte –donde están los restos de una pirámide, que ahora funcionan
como un mirador– y allá arriba sacrifican animales y tocan un tambor y hacen
sonar un cuerno. Con él está un chico que se come una manzana sin hablar
demasiado y que al final opina que lo de los muertos debe de ser cosa de “mariguanos”, como se le llama en México a los que fuman hierba. En un país
que desconfía por norma de la versión oficial, la aparición de seres humanos
devorados por perros es un convite a la elucubración.
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