Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
Para muchos, la terrible experiencia del 2 de octubre de 1968 fue suficiente. Para otros más jóvenes, la del 10 de junio fue la que sobrepasó la paciencia de la que depende el ser ciudadano. Ambas mareas desembocaron en la convicción de que sólo quedaba la guerra revolucionaria, la eventual demolición del Estado heredado de la Revolución.
No es adecuado decir, como recientemente se ha dicho, que ésta fue la alternativa principal emanada de aquellas inolvidables jornadas. Frente a este discurso que pronto se tornó práctica militar y de enfrentamiento, siempre estuvo el enarbolado por los principales dirigentes del movimiento que en 1971 fueron liberados de su injusta e ilegal prisión. Lo mismo puede decirse de los planteamientos formulados por el ingeniero Heberto Castillo y poco después por Demetrio Vallejo, quien había sufrido más de 10 años de cárcel junto con Valentín Campa y otros dirigentes.
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