- La decisión de López Obrador de minimizar su seguridad alarma a los expertos y complica las futuras visitas de mandatarios extranjeros
Elena Reina - México - El País
El tres de julio pasado, dos días después de las elecciones presidenciales, un modesto Volkswagen Jetta atravesó el Zócalo, la plaza principal de Ciudad de México, y se estacionó frente a la puerta del Palacio Presidencial. Andrés Manuel López Obrador se bajó del asiento del copiloto para dirigirse a pie a la oficina de su predecesor. Una mujer se abrió paso entre los codazos de la multitud de periodistas. Quería pedir trabajo. Nadie le impidió acercarse al presidente electo de la República. Él le plantó dos besos en cada mejilla. Expertos en México y en el extranjero contemplaron atónitos esta escena, así como otras similares que se han venido sucediendo, ante las extraordinarias implicaciones que ello supone para la seguridad del presidente, de sus acompañantes, e incluso de los mandatarios extranjeros que visitarán México en los próximos seis años.
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