Paul Krugman / El País
Hace cuatro años, algunos contemplamos con una mezcla de incredulidad y
horror cómo el debate que mantenía la élite sobre la política económica
se apartaba por completo del buen camino. En el transcurso de tan solo
unos cuantos meses, la gente influyente de todo el mundo occidental se
convenció a sí misma, y a los demás, de que los déficits presupuestarios
eran una amenaza para la existencia, con lo que se impusieron sobre
todas y cada una de las inquietudes relacionadas con el desempleo
masivo. La consecuencia fue un giro hacia la austeridad fiscal que
agravó y prolongó la crisis económica y que infligió un sufrimiento
inmenso.
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