- El presidente de Estados Unidos es más ambicioso que los líderes europeos en buscar soluciones para reactivar la economía con un programa de estímulos sin precedentes
Claudi Pérez - Madrid - El País
El presidente estadounidense Joe Biden en la Casa Blanca, en Washington, el pasado 7 de abril. LEIGH VOGEL / EFELa economía es un género arrítmico, casi jazzero. Funciona a un ritmo imposible de bailar: despacio, más despacio, súbito pandemonio cuando llega la crisis, y siempre llega. Ese zigzagueo se da incluso en el terreno de las ideas: todos los grandes movimientos de política económica van seguidos de corrientes en sentido contrario, golpe-contragolpe, avance-retroceso, herejía-apostasía. La tercera ley de Newton —a cada acción se opone siempre una reacción— ha tenido un correlato casi perfecto en la economía política del último siglo. A la Gran Depresión le siguió el consenso keynesiano, una revolución pasiva del capitalismo para corregir los excesos del laissez faire que dejó 30 años gloriosos. Cuando se agotó esa onda, con la fea enfermedad económica de los años setenta que combinaba estancamiento económico y elevada inflación, se presentaron Ronald Reagan, Margaret Thatcher y su revolución conservadora, un neoliberalismo que prácticamente cabía en una servilleta de cóctel —la archifamosa curva de Laffer— y en un decálogo llamado Consenso de Washington, que se resume en desregulaciones, menos impuestos, privatizaciones, globalización y, en fin, el poder magnético de los mercados eficientes por encima de casi todas las cosas. La revolución conservadora ha resistido entre nosotros con distintos ropajes; su última evolución es el trumpismo, pero antes caló también incluso en la socialdemocracia, especialmente con la charlatanería asociada a la Tercera Vía, o en el ordoliberalismo alemán de Merkel y compañía. En esas llegó la Gran Recesión y su coda lúgubre en forma de Gran Confinamiento. Todas las grandes crisis terminan provocando sacudidas políticas, y esta no iba a ser menos: un aire de cambio de régimen flota en la política económica global.

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