- La confrontación con el movimiento feminista probablemente baje de tono, pero queda una herida que no habrá de cicatrizar el resto del sexenio porque cada 8-M volverá a abrirse
El presidente Andrés Manuel López Obrador, en el Palacio Nacional, el 8 de marzo. JOSÉ MÉNDEZ / EFE
Cuesta trabajo creer que alguien con el instinto político que caracteriza al presidente Andrés Manuel López Obrador haya terminado envuelto en un encontronazo con el movimiento feminista en el que nada tiene que ganar y bastante que perder. Inexplicable digo, porque en realidad se metió al embrollo por su propia iniciativa. Y peor aún, todo indica que entre más esfuerzos hace para salir de él, más descontento genera entre las muchas mujeres agraviadas.
Este desencuentro era evitable en el papel, porque ni López Obrador ni sus banderas son explícitamente antifeministas. Y sin embargo, por alguna razón López Obrador terminó pagando la factura política de la rabia de tantas mujeres que se sintieron desairadas. “¿Por qué al Zócalo? ¿Por qué no protestan frente a la Estela de la Luz?”, se preguntó perplejo el presidente este miércoles, sin entender que fueron sus declaraciones desdeñosas desde hace un año sobre la convocatoria a “un día sin mujeres”, su énfasis en aludir a provocadores y violentos al referirse al movimiento y su insistencia en apoyar la candidatura de Félix Salgado Macedonio al Gobierno de Guerrero, un político acusado de abusos y violaciones, lo que desencadenó una irritación que terminó convirtiéndolo en destinatario de sus agravios.

No hay comentarios:
Publicar un comentario