- Desde el 4 de marzo en que fue detenido Lula, el país vive en una espiral creciente de inestabilidad
El viernes 4 de marzo, a las seis de la mañana, la policía brasileña prendía al expresidente Lula da Silva en su casa de São Paulo y se lo llevaba a declarar, acusado de corrupción, a la comisaría de un aeropuerto. En los 15 días posteriores el país ha vivido en un paroxismo institucional creciente a base de multitudinarias manifestaciones callejeras de uno y otro lado, divulgación de conversaciones privadas –y comprometedoras- entre la presidenta de la República y Lula, y el nombramiento de éste como ministro, recusado posteriormente por un juez del Tribunal Supremo alegando que el expresidente quiere escapar de la Justicia escondiéndose en el cargo. Nada indica que este frenesí enloquecedor vaya a ceder.
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