Raymundo Riva Palacio / El Financiero
Desde que durante la Revolución Francesa se añadió a los tres
poderes –la nobleza, la Iglesia y el pueblo– uno cuarto –la prensa–, los
medios de comunicación han estado en el imaginario colectivo como un
verdadero poder omnipotente. En un sistema democrático, los medios crean
la esfera pública que, como definiera Jürgen Habermas, sirve de arena
para el debate entre gobernantes y gobernados. En países con
instituciones débiles que tienen en construcción el modelo democrático,
los medios han rebasado esos límites y se han convertido de meros
registros de hechos, en moduladores de la realidad y alteradores, en
muchos momentos, de la verdad. Sin embargo, en los últimos años, casi en
el reciente inmediato, ha surgido un nuevo poder, el quinto, que se
anida en las redes sociales y que determinan qué es lo cierto, sin
importar que sea falso. En algunos casos, se abusa de los otros poderes;
en otros, donde lo factual se convierte en veneno, se llega a morir por
difundir lo que pasa.
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