Marcela Turati
IGUALA, GRO. (Apro).- "Vi al herido, pero no lo atendí porque no era mi responsabilidad". El médico cirujano Ricardo Herrera lo dice con naturalidad, con un dejo de satisfacción por el deber cumplido al dejar sin auxilio al estudiante con la quijada rota, la cara perforada por un balazo, que requería atención urgente la noche del 26 de septiembre, cuando lo encontró escondido dentro de su hospital, con una veintena de estudiantes normalistas.
En vez de auxiliarlo habló a la Policía Municipal para que se los llevara. Llamó a la misma autoridad que esa noche emboscó hasta tres veces a los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, destrozó a balazos los autobuses que los transportaban y, en un episodio aún irresuelto —en el cual participaron sicarios del Cártel Guerreros Unidos—, mató a dos adultos y a cuatro estudiantes —uno de ellos apareció desollado: sin rostro, con los ojos arrancados—, y se llevó detenidos a otros 43 que aún no aparecen.
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