Rolando Cordera Campos / I - Periódico La Jornada
En julio de 1997, muchos mexicanos celebramos las pacíficas elecciones de diputados federales y de jefe de Gobierno en el Distrito Federal que abrieron con claridad meridiana las avenidas por las que sí podría transitar la democracia apenas diseñada y constituida. El camino había sido largo y azaroso, luego del desenlace violento, criminal y brutal, del movimiento estudiantil del 68. Estaba también en la memoria la trágica tarde del Jueves de Corpus y las duras jornadas de la década de los 70, cuando la insurgencia obrera y popular reclamó por su lugar en la historia que se pensaba estaba por arrancar con una revisión a fondo de los postulados primordiales heredados de la Revolución y, en buena medida, recogidos en la Constitución de 1917.
Puede decirse que, por primera vez, los mexicanos acudíamos a las urnas a depositar un voto que, confiábamos, se contaría y contaría una vez que partidos y candidatos hicieran sus cuentas. También asistíamos a la primera elección para elegir gobernante en el Distrito Federal, que Cuauhtémoc Cárdenas ganó en buena lid y su ola cardenista hizo valer por un buen tiempo, como muestra más que eficiente de que el cardenismo vivía y estaba dispuesto a contar en una eventual transformación política y social de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario