- Las profecías de destrucción de empleo no se cumplieron en países como Alemania, donde se puso un suelo al salario. El caso español es, sin embargo, difícilmente comparable
Luis Doncel - Madrid - El País
“El salario mínimo amenaza con perjudicar la dinámica del empleo”, aseguraba en 2014 Jens Weidmann, presidente del banco central alemán. Más rotundos se mostraban sabios como los del instituto económico y lobby empresarial INSM, que anticipaban que la decisión del Gobierno de Angela Merkel —presionada por sus socios socialdemócratas— de obligar a los empresarios a pagar a sus empleados al menos 8,5 euros por hora iba a costarle al país hasta 570.000 puestos de trabajo. Visto con perspectiva, ninguno de estos escenarios catastrofistas se ha cumplido. Es cierto que tuvo algún efecto negativo sobre algunos puestos de baja calidad —especialmente en los llamados minijobs—, pero en estos cuatro años con salario mínimo, Alemania ha creado más de 2,2 millones de empleos. Y su tasa de paro ha pasado del 5% al 3,4% del pasado septiembre, según Eurostat, alcanzando el nivel más bajo desde la reunificación de 1990.
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