Los descalabros de la política exterior mexicana de los últimos meses no tienen parangón. Las asignaturas pendientes de eso que solíamos llamar nuestra política de Estado se abultan y nos abruman, en medio de una de las coyunturas más adversas y hostiles que hayamos vivido como pueblo, nación y Estado. La tentación de dar por terminada la caminata es enorme y embarga a ridículos émulos de los polkos del siglo XIX, pero también a la pléyade de realistas y cultores del pragmatismo corriente que se han apoderado del escenario de la política en los últimos lustros. En realidad, todo está de nuevo por hacerse.
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