El comunicado de la reunión del G-20 el pasado fin de semana en Hangzhou, China, es algo anodino. Eso es explicable por la agenda superficial del grupo frente a los desafíos que afronta la economía mundial. Y, por supuesto, también se debe a la composición disfuncional del G-20. Las tensiones políticas y comerciales entre Washington, Moscú y Pekín son ya demasiado fuertes como para permitir que el cónclave desemboque en algo constructivo.
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