- El año pasado, la canciller alemana fue proclamada una de las mujeres más poderosas del mundo. Ahora los analistas hablan de su ocaso
Andrea Seibel -El País
Seguramente todos los políticos —aunque no solo ellos, también otros sujetos con poder y autoridad— sueñan con hacerse famosos por una frase o un dicho, y, como dice la hermosa expresión, entrar en los anales de la historia. Ha habido personajes históricos a los que se les han atribuido frases como “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!” (Ricardo III, Shakespeare, 1597) o “Heme aquí. No puedo hacer otra cosa” (Martín Lutero en Worms, 1521). Inolvidable para nosotros, alemanes de la posguerra, es “¡Soy berlinés!” (John F. Kennedy, 1963). El excanciller Helmut Schmidt, fallecido el pasado noviembre, solía pronunciar frases sonadas. Se le recuerda como Schmidt El bocazas,y también porque fumó hasta su último aliento, incluso en sitios donde estaba prohibido. Nadie se lo tomaba a mal.
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