Ilán Semo /II - Periódico La Jornada
Uno pensaría que el sicario es una figura que pertenece estrictamente al mundo del crimen organizado. No es así. El complejo médicofinanciero cuenta también con estos peculiares especialistas. Se trata de los biosicarios (en inglés, medical hitman). Tom Higgins fue uno de ellos durante más de una década en el estado de Virginia en Estados Unidos (véase Sicko, documental de Michel Moore). Su función es relativamente labiorosa: hurgar en el historial de vida de un paciente previamente asegurado hasta encontrar alguna circunstancia que haga posible la negativa de la aseguradora para cubrir sus gastos médicos. Por ejemplo, existen pacientes que no declaran todas las enfremedades que padecieron antes de contratar el seguro.
U otros, que desconocen enfermedades contraídas por sus padres. Todo esto puede abonar información para que en el momento crítico –una operación por ejemplo– la aseguradora cuente con un motivo legal para negarse a pagar los gastos médicos. Siempre la trampa de la “letra chiquita” en los contratos. Un sicario narco emplea un arma para terminar con su víctima. Un biosicario se encarga de legitimar la cancelación de los gastos del paciente, sobre todo en tratamientos costosos, como enfermedades terminales.
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