jueves, 28 de abril de 2022

LA GRAN RESTAURACIÓN

Ilán Semo - Periódico La Jornada

La historia del liberalismo es antigua. Sus vertientes iniciales se remontan al siglo XVII. Tres fueron sus momentos de consagración en el antiguo régimen: la revolución inglesa, la independencia de Estados Unidos y la caída de Luis XVI en Francia. No por casualidad acuñó el concepto de revolución. Erigir una sociedad basada en los principios de la igualdad, la libertad y la fraternidad justificaba el derrocamiento violento del Estado absolutista.

El siglo XIX asistió a su despliegue hegemónico. Pronto las sociedades occidentales descubrieron que no contenía ninguna de las premisas elementales que garantizaban las condiciones de la igualdad (ni ante la ley ni en la distribución de la riqueza) y que su concepto de libertad sólo volvía irrenunciable la libertad de la propiedad privada. Las dictaduras liberales del siglo XIX se encargaron de mostrarlo. Y, lejos de los nexos de la fraternidad, trajo consigo la incertidumbre moral, la insularización de los cuerpos, la soledad ciudadana, el capitalismo salvaje, el vértigo de la competitividad y la demolición de los valores de la colectividad. Todo ello basado en una doctrina que exaltaba la reducción de la relevancia del orden público (en particular del Estado) y la codificación del individuo como el nuevo primado de la sociedad.

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