- El presidente ha hecho lo necesario para que su movimiento no tenga deudas históricas con los Cárdenas; y más significativo aún, para no correr el riesgo de que el cardenismo se convirtiera en heredero del obradorismo
Jorge Zepeda Patterson - El País
El presidente Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas, en julio de 2018. CARLOS TISCHLER (GETTY IMAGES)Podría hacerse un libro sobre la relación entre el obradorismo y el cardenismo. O, mejor dicho, sobre la ausencia de una relación. Habría razones personales e ideológicas para que el movimiento político del actual presidente asumiera la obra de Lázaro Cárdenas y la de su hijo Cuauhtémoc como columnas fundantes, como prólogos de su propia obra transformadora. Pero no es así, lo cual no deja de sorprender, aunque tiene una explicación.
De todos los presidentes del siglo pasado o del actual, el general Lázaro Cárdenas (1934-1940), es el único que Andrés Manuel López Obrador podría considerar un precursor, pero no lo hace. Hace casi 90 años Cárdenas introdujo reformas aún más radicales y en la misma dirección que lo hace el Gobierno de la Cuarta Transformación. La expropiación petrolera, un profundo reparto agrario y otras medidas a favor de los más necesitados, fueron los pilares del priismo con conciencia social y pasión nacionalista al que el actual presidente hace referencia con cierta nostalgia. Era otro México y otro contexto internacional, pero lo que hizo el Gobierno de Cárdenas desmontando latifundios y expulsando a las transnacionales petroleras, tiene un valor enorme en momentos en los que las metrópolis aún se sentían con derecho a redactar nuestras constituciones y la Standar Oil y similares deponían gobiernos.

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