Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
Nada nos sale bien. ¿Es que todo está mal? ¿Todo se malogró? Preguntas que, me parece, pueden resumir bien el panorama sentimental de los mexicanos ante la tragedia de Tláhuac. Nuestro desconsuelo. Se las debo a un buen amigo y colega, con quien compartí las angustias y el dolor de las primeras horas.
Como país, no hemos superado la maldición del cortoplacismo y la miopía política, las decisiones de botepronto, pragmáticas dicen algunos ilusos. La obra pública, en particular, resiente el impacto de una política estatal carente de horizonte y criterios de evaluación aceptables. Vamos de la ocurrencia a la incuria con saldos negativos y letales para núcleos masivos de población. Nos sentíamos orgullosos de que la ingeniería mexicana aliada con el Estado había pavimentado México, sembrado presas y canales, electrificado el territorio y abierto una red carretera que, aunque insuficiente, era muestra fehaciente de lo que podía hacerse para construir bien y conforme a grandes visiones, planes y programas realizables por necesarios y creíbles.
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