Rolando Cordera - Periódico La Jornada
Por más que tratemos de olvidar a la economía y sus veleidades, cargadas de ominosos mensajes, no es posible. La economía, máquina diabólica, pero cargada siempre de promesas, llena todos nuestros espacios de vida y comunicación; somos una sociedad económica en la que se compran y se venden toda clase de bienes, hasta nuestras propias capacidades resumidas en el vocablo trabajo asalariado. Asumirnos como parte de dicha maquinaria obliga a preguntar(nos) cómo modular sus despropósitos y defendernos de su cadena de tentaciones cuyo eslabón primario es la de ser todos actores maximizadores y racionales.
De esto se trataba la revolución capitalista para los capitalistas, la de los ricos estudiada por Carlos Tello y Jorge Ibarra, que alcanzó su cumbre a finales del siglo XX e inicios del actual: el arribo a una sociedad económica con alcances planetarios, articulada por un mercado mundial y, con el tiempo, unos órdenes políticos estandarizados por la democracia representativa y la jibarización de los estados nacionales.
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