Rolando Cordera - Periódico La Jornada
Cuando ya no se sabe, lo menos que se puede hacer por uno mismo es cultivar algún tipo de paranoia ilustrada. Eso hice cuando el Presidente de la República y algunos representantes del mundo empresarial nos informaron de sus planes y proyectos de inversión para impulsar la recuperación económica.
Lo primero que uno debería hacer es contrastar esas cifras con el tamaño de la inversión bruta fija, con el producto interno bruto, su relación con la magnitud y el crecimiento de la formación de capital. Una vez hecho esto, aunque sea con cargo a cálculos rancheros y correlaciones, uno puede felicitar al gobierno y a los capitanes de la empresa y felicitarse por lo que podría anunciar una recuperación venturosa. O, también, no hacerlo, porque sin estar mal lo prometido, por sí mismo, es del todo insuficiente no sólo para sacar al animal económico de su pasmo, sino para dar sentido a la conversación entre el Estado y el capital que, como pocas veces en nuestra historia, se requiere para sanear una maquinaria de producción de bienes, mercancías, ganancias y servicios que está mal acostumbrada a una vida latente, lo peor que puede pasarle a una sociedad articulada por la producción mercantil y, en general, por las señales de eso que llamamos el mercado.
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