- El presidente francés tiene mucho que aprender, no solo sobre la forma de gestionar un país, sino sobre sus puntos débiles. Debe cambiar a quienes lo rodean y dejar de obsesionarse por los ricos a los que halaga
Tahar Ben Jelloun - El País
Jean Genet escribió a propósito de Rembrandt que “no se puede ser artista sin haber vivido una gran desgracia”. La creación está a menudo alimentada por adversidades, por enfrentamientos y dramas. La comodidad de una vida protegida, anodina, centrada y tranquila no suele impulsar destinos excepcionales. Como subrayó Albert Camus, “nada hace tanto daño a la creación como el confort y el aburguesamiento del corazón”.
Les ocurre a los artistas y les ocurre a los presidentes de la República. Porque gobernar es un arte que no está al alcance de todos y, sobre todo, que no se adquiere en una escuela de administración. François Mitterrand llegó al poder después de haber vivido muchas pruebas y acumulado experiencias, descubrimientos, constataciones, fracasos y errores, después de mucho tiempo en la tierra. Incluso Jacques Chirac y, en menor medida, Nicolas Sarkozy no llegaron a la jefatura del Estado hasta después de muchas luchas, intrigas, acrobacias e intentos de abrirse camino hasta el Elíseo.
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