Cualquier país europeo
—y especialmente España— cometería un grave error de juicio si se persistiera
en la consideración de América Latina como una región homogénea en lo
económico, social y político por el solo hecho de que sus diferentes países
estén estrechamente vinculados por el idioma, la cultura y su potencialidad de
crecimiento y desarrollo. La región es en este momento un auténtico hervidero
en el que afloran, de una parte, grandes y graves contradicciones, y de otra,
movimientos estratégicos de agrupación de intereses que van a obligar a
desplegar políticas de relación internacional mucho más selectivas en función
de los distintos bloques y países que los integran. Esta visión poliédrica de
América Latina interesa de manera especial y urgente a las inversiones
empresariales y a los Estados que busquen intercambios comerciales. Hay, pues,
que apartar la retórica del americanismo como un denominador común para
comenzar a desarrollar acciones políticas y comerciales más sofisticadas.
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