El País
Cuando Enrique Peña Nieto asumió,
el 1 de diciembre, la presidencia de México, sus promesas de cambio fueron
recibidas con un ligero escepticismo. Después de todo, el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) no solo había moldeado el país a lo largo de
siete décadas en el poder, sino que además, en 12 años en la oposición, bloqueó
las iniciativas modernizadoras de sus rivales políticos. En boca de un veterano
priista como Peña Nieto, enfrentarse “a los poderes fácticos” y “acabar con los
intereses intocables” se podían antojar eslóganes huecos más que propósitos
reales.
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