Por: Jorge A. Castañeda Morales - El Economista
Esta semana, una comitiva del gobierno mexicano viajará a Washington D.C. para reunirse con sus pares recién ratificados por el Senado. Sobre estas pláticas tiende la espada de Damocles del 4 de marzo, término de los 30 días que Trump dio a México para las negociaciones, donde se espera que México “haga más” para frenar el tráfico de migrantes y fentanilo a su frontera norte. A estas alturas, es imposible predecir qué hará Trump, pero lo que sí sabemos es que estamos parados ante esta amenaza y podemos definir qué hacer.
Es innegable que la economía mexicana atraviesa un proceso de desaceleración con signos recesivos. A pesar del ligero repunte del consumo en enero, la inversión sigue deprimida, el empleo estancado y los índices de confianza empresarial no muestran un panorama alentador. El Banco de México estima un crecimiento de apenas 0.6% este año, y eso sin considerar los efectos de los posibles aranceles. Quizá la única noticia positiva es la inflación, pero no es motivo de celebración. El Banco de México no puede desacoplar su política monetaria de la Fed sin afectar el tipo de cambio, que atraviesa un periodo de alta volatilidad. Mientras la amenaza de aranceles persista, gran parte de las inversiones privadas, nacionales y extranjeras, seguirán en pausa.
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