Jorge Zepeda Patterson - El Siglo de Torreón
Antes de hacerlo habría que pensarlo muy bien, como dice la canción de Pablo Milanés. El martes pasado, al día siguiente del llamado del presidente de Francia al confinamiento de las personas y el cierre de la economía, vi a los habitantes de Arles hacer acopio de vituallas en el supermercado más grande de la ciudad. Había anticipado que la escena sería dantesca; para mi sorpresa no había más gente que cualquier domingo en un Fresko de la Comercial en México. Salvo por una excepción, y no hay manera amable de decir lo siguiente, personas de origen árabe a juzgar por el atuendo de las mujeres, surtían como si en efecto no existiera un mañana. Mientras que el cliente habitual francés cargaba suministros para dos o tres días, confiando en la promesa de su presidente de que las tiendas de alimentos seguirían abiertas y abastecidas, los residentes de origen extranjero atiborraban sus carritos con lo necesario para los siguientes tres meses. No los juzgo, igual que nosotros proceden de sociedades en las que la credibilidad de la autoridad está podrida y poseen un sentido de supervivencia centrada en la propia tribu y las redes familiares y no en las instituciones.
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