Jorge Zepeda Patterson - Milenio
El duro cuestionamiento de la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, a la incorporación oficial de Miguel Ángel Yunes a Morena puede ser leído de distintas formas. a) como una lucha de dos poderosos grupos políticos rivales por el control actual y futuro de aquel estado; b) como una reacción personal de la gobernadora a una familia que no ahorró insultos y campañas sucias en contra de ella; c) como el signo saludable de que dentro de Morena comenzarán a aceptarse discusiones públicas entre distintos puntos de vista, algo que poco o nunca sucedía en el pasado; d) como el primer paso de parte del “bastón de mando”, Claudia Sheinbaum, para que su movimiento ponga límites a la estrategia seguida, hasta ahora, de optar por la conveniencia política por encima de consideraciones éticas. Y no se descarta, desde luego, que sea una mezcla de varias o de todas las anteriores interpretaciones.
Que el senador Yunes es una figura que daña la imagen de Morena está fuera de duda. Pertenece a una familia originalmente de militancia priista de Veracruz, a la que la necesidad política llevó a migrar de un partido a otro, pero que hasta hace algunos meses se había caracterizado por su antilopezobradorismo
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