- Sin un aumento sustancial de la productividad, la sostenibilidad del apalancamiento a medio plazo queda en entredicho
José Manuel Amor - El País
Tras los choques de la pandemia y la guerra en Ucrania, e inmersos en un período de todavía alto crecimiento nominal del PIB global, la deuda pública se sitúa en niveles históricamente elevados en la práctica totalidad de economías. Las proyecciones para lo que resta de década no son halagüeñas: la ratio de deuda sobre el PIB subirá del actual 110% al 127% en 2029 en economías avanzadas (aumento liderado por EE UU) y crecerá desde el actual 69% al 80% en economías emergentes (con China a la cabeza). El extraordinario crecimiento de ingresos asociado al brote inflacionista de 2021-23 se diluirá con la moderación de esta variable. El gasto público y los déficits primarios estructurales en las economías avanzadas siguen siendo abultados, superando con creces las previsiones prepandémicas. Sin un aumento substancial y sostenido de la productividad, la esperanza en un mundo de acelerado cambio tecnológico, la sostenibilidad de la deuda pública a medio plazo queda en entredicho.
El complejo panorama geopolítico —que traerá un fuerte aumento del gasto en defensa—, tipos de interés e inflación posiblemente más elevados, y los enormes desafíos que enfrenta una sociedad longeva —que dificulta gravemente la consolidación fiscal—, generan inquietud creciente entre académicos, bancos centrales, organismos internacionales e inversores. Los riesgos que plantea esta situación y las posibles soluciones —ninguna fácil y todas con costes— son el objeto de este artículo.
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