Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
Como podía esperarse, la pandemia nos ha llevado a mil y un juicios sobre la gestión de la salud y de la economía realizada por el gobierno. Sin una actividad parlamentaria digna de tal nombre y ante el panorama de unos partidos empeñados en vivir su pobreza normal, en el inicio todo recayó en las decisiones presidenciales para, un tanto a trompicones, dejar algún espacio a las iniciativas y modos de entender de los gobernadores.
El saldo para la democracia no es positivo. Más allá del enorme esfuerzo desplegado por los servidores de la salud pública, sobresale un federalismo desarticulado y un Congreso sometido. Allí, las mejores intenciones presidenciales se estrellan contra unas relaciones políticas utilitaristas y miopes. Podrá haber o no brotes de una recuperación voluntariosa, pero las capacidades de Estado con que cuenta la nación para plantearse una indispensable reconstrucción productiva y social están entrampadas.
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