La
experiencia demuestra que el tamaño del Estado no conduce necesariamente a una
competitividad baja; depende de lo que haga. El crecimiento competitivo nace de
la inversión en I+D, no de la mano de obra barata
José María Maravall / El País
La crisis económica no ha producido ideas nuevas. Se
promueven recetas como si experiencias anteriores no las hubiesen cuestionado,
como si dispusieran de un indiscutido respaldo intelectual y como si tuviesen
validez universal. Sabemos que la receta habitual de devaluaciones internas
basadas en reducciones salariales y en recortes del gasto público, con
políticas monetarias muy restrictivas, puede ser necesaria para evitar el
colapso, pero no es suficiente para promover el crecimiento. Sabemos también
que sus efectos distributivos pueden variar: en España, la desigualdad entre el
20% más rico y el 20% más pobre se ha incrementado en un 27,8% desde 2008,
frente a un 4,2% como media para los países del euro (Eurostat 2013).
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