- “La incorporación de Lázaro Cárdenas tiene, pues, un doble efecto: una carga simbólica por el indudable peso histórico que el apellido posee al margen del obradorismo y, segundo, un anticipo de lo que puede ser la operación política de la próxima presidencia”.
La designación de Lázaro Cárdenas Batel como responsable de la Oficina de la Presidencia del próximo sexenio, es un dato trascendente en más de un sentido. Una jugada de tres bandas y varios impactos.
La primera, porque tiene que ver con los símbolos y la construcción del relato político ideológico que habrá de requerir la consolidación del liderazgo de Claudia Sheinbaum. Cárdenas es un nombre todavía mágico en el imaginario de las bases sociales en las que se apoya el obradorismo o la izquierda mexicana. El abuelo, también Lázaro, responsable de la expropiación petrolera, y el padre, Cuauhtémoc iniciador del movimiento que a la postre conquistó la Ciudad de México e inició el giro que culmina con la presidencia de López Obrador, son cargas simbólicas que se incorporan al equipo plural que está conjuntando la nueva presidenta. Con una ventaja: es un nombramiento que no puede ser cuestionado por los obradoristas más recalcitrantes; al mismo tiempo que diversifica las bases de legitimación de Sheinbaum para no depender exclusivamente del cordón umbilical que la une a su predecesor. Y es que la relación de López Obrador con el cardenismo ha sido de un respeto en lo formal, pero también de un obvio distanciamiento para, en mi opinión, evitar que el peso de la figura de Cuauhtémoc hiciera sombra al liderazgo único por parte del tabasqueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario