En tiempos de bonanza se crearon puestos artificiales a gusto de los
políticos locales: ahora estamos pagando los destrozos de la fiesta
Elvira Lindo / El País
Durante estos años pasados, cuando nuestros dirigentes no parecían
dispuestos a dar por terminada la fiesta, algunos columnistas, entre los
que me encontraba, denunciábamos el sinsentido de todos los servicios
que generaban las instituciones públicas. Desde los innumerables
asesores que anulaban a funcionarios que podrían haber cumplido con
creces el trabajo que los políticos confiaban a externos a los chóferes
de ese interminable flotilla de coches destinados a que nuestros
representantes no pisaran jamás el mismo suelo que la población que los
había votado. Si una se para a pensarlo fueron muchos los puestos de
trabajo que se crearon a expensas de los que ostentaban cargos públicos.
Incluso las televisiones locales, que en principio se prometían
destinadas a informar al pueblo de su realidad más cercana, se
convirtieron, a menudo burdamente, sin ningún tipo de sutileza, en
voceras del partido que en ese momento ostentara el poder. Viajabas a un
lado u otro de España y en cada canal autonómico descubrías lo mismo
que veías en tu propia comunidad: que los noticieros se dedicaban a
informar de los aburridísimos pasos de sus representantes locales y a
exaltar los orgullos de la patria chica.
Ahora que estamos pagando los destrozos de la fiesta, son los mismos
políticos que se sirvieron generosamente de un mercado laboral creado a
su antojo los que imponen recortes y despidos. Habiendo sido incapaces
de crear otro tipo de sistema productivo tienen que deshacerse de
servicios que desde el principio fueron exagerados. Lo perverso es que
no serán aquellos que se inventaron necesidades a su medida los que hoy
engrosan las cifras del paro, sino los trabajadores que las sirvieron.
Justos por pecadores. Y esto se me ha presentado de pronto como una
revelación, por ser yo una de las denunciaba ese dichoso clientelismo.
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