Aprendemos a disparar en la Asociación del Rifle en EEUU en pleno
debate sobre la limitación de armas. Los alumnos contestan sin dudar a
la pregunta: ¿Puedo matar a un hombre?
Yolanda Monge / El País
El sonido es tan brutal que, incluso con cascos protectores, la sorpresa
hace que se retroceda y se yerre el tiro. Un disparo es impactante.
Decenas de ellos a la vez, sobrecogen. Cuando la cantidad se acerca a
centenares, el cuerpo ya se ha acostumbrado, se relaja y se empieza a
sentir —ajeno al estruendo— la inmensa sensación de poder que genera un
arma de fuego en las manos. Rellenar el cargador de balas, introducirlo
en la culata y disparar. Repetir una y otra vez la operación. Enfrente,
un blanco inmóvil cosido a balazos, repartidos por toda la extensión del
papel. Cuanto más experto se es, más concentradas están las balas en
torno al punto vital, el corazón.
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