Las
manifestaciones testimonian una situación extrema o la ruptura del diálogo
Nicole Muchnik / El País
La manifestación
de Moisés sacando a los judíos de Egipto no pudo haber complacido al faraón. La
del gladiador Espártaco, tampoco a la República Romana. Ni tampoco la de la
segunda mitad del siglo XVIII en Londres, cuando unas 50.000 personas tomaron
la calle agitando la bandera negra contra una ley que los sumía en la miseria,
y arrojaron adoquines contra los ventanales de la casa del duque de Bedford
porque se oponía a cambiar la ley. La manifestación no
fue del gusto del Gobierno y menos aún cuando fue seguida de huelgas y
movimientos con participación de todas las categorías de trabajadores, ya
fueran sastres, marinos y sombrereros, hasta que esta y otras leyes injustas
fueron abrogadas. En Stuttgart, de 1995 a 2010, los habitantes se manifestaron
enérgicamente contra el trazado absurdo de una línea ferroviaria hasta que el
Gobierno les dio la razón.
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