Es una ilusión creer que cuando pase la crisis
volverán a recuperarse la sanidad pública, la educación garantizada y las
pensiones. Los daños causados seguirán ahí. Salvo que hagamos algo
José María Izquierdo / El País
José K. no se quiere levantar esta mañana. Espíritu
solidario, afanoso por acompañar siempre los usos de sus conciudadanos, ha
decidido hacer lo que todos hacen y que pasa a resumirles con una sola palabra:
nada. Eso es lo que él ve —la inacción— y así lo dice. De modo que acurrucado
en el refugio del catre, un ojo abierto y el otro cerrado —como todo su
entendimiento, a medio funcionar— quiere José K. fantasear sobre las cosas que
suceden a su alrededor. En primer lugar, las más inmediatas, como constatar que
no se tomará el café con leche en su bar de siempre por un cúmulo de
circunstancias. Por ejemplo, porque su bar de siempre ha cerrado: la crisis. Y
el establecimiento de más allá, moderno y exagerado, no tiene churros. Solo
cruasanes. Y de mentira. Pero nuestro hombre quiere trascender de estas
pequeñas miserias y eleva el tono de sus anhelos.
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