Muchos
piensan que la razón economicista debe primar en nuestros comportamientos. Pero
conviene preguntarse si en el marasmo actual hay culpas de los que están
programados para tener cada vez más
Fernando Esteve Mora / El País
En 1966, el gran economista Kenneth Boulding cuestionaba la
relevancia de la Economía que se enseñaba en los libros de texto, señalando que
los individuos que los poblaban no eran seres humanos como los demás. Eran una
suerte de creación literaria, miembros de una subespecie del género Homo sapiens muy especial, la
llamada Homo oeconomicus, la de los
“hombres económicos”. Subespecie que, en su opinión, no podía existir en el
mundo real en estado puro por la sencilla razón de que no podrían reproducirse,
dado que “nadie en su sano juicio querría que su hija se casase con un hombre
económico, uno que ponderara cada coste y exigiese ante ello su recompensa, que
nunca fuese afligido por arranques de enloquecida generosidad o amor no
calculado, uno que nunca actuara a partir de un sentimiento de identidad
anterior y que realmente careciera de ella incluso aunque ocasionalmente se
viera afectado por consideraciones cuidadosamente calculadas de benevolencia o
malevolencia”.
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