Raymundo Riva Palacio - El Financiero
En el verano de 2015, Emilio Lozoya, el entonces muy poderoso director de Pemex, me recibió con la indignación contenida en su oficina. La reunión pactada para hablar de la empresa se convirtió en un reclamo, al haber puesto en entredicho la integridad de dos personas muy cercanas a él que trabajaban en la paraestatal. Lozoya quería refutar una columna sobre la corrupción en Pemex, publicada en julio, en la que se señalaba a sus amigos Froylán Gracia, coordinador ejecutivo de la Dirección General, y Arturo Henríquez Autrey, director de Procura y Abastecimiento de Pemex, responsable de las adquisiciones. En aquél encuentro incómodo, Lozoya dijo responder plenamente por la honestidad de los dos. La columna que motivó la reunión decía:
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