El entrenador de los mexicanos se ha convertido en uno de los
personajes del Mundial por sus excentricidades en la banda y su buen
tino en los planteamientos
Juan Diego Quesada /
México / El País
El elegante Niko Kovac, camisa blanca, zapatos relucientes, pelo
engominado hacia atrás a la moda de los balcánicos de los noventa,
aguantó el naufragio de Croacia con el mismo gesto imperturbable que le
ha acompañado durante todo el Mundial. Kovac está criado en la lógica
que la expresión pública de los sentimientos es una muestra de
debilidad. En el otro banquillo, el seleccionador de México, Miguel Piojo Herrera,
con una raya en medio que divide en dos partes iguales su media melena,
gesticulaba casi en cada lance del juego, alzaba los brazos al aire
como un controlador aéreo a pie de pista y se revolcaba con sus muchachos en la celebración de los goles. "Kovac estará guapo pero el Piojo es de los que enamora",
circulaba una broma por redes sociales al acabar el partido. Herrera
tiene las condiciones de antihéroe al modo de Cantinflas o el Chapulín
Colorado, mitos de la cultura popular mexicana.
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