En San Cristóbal de las Casas, en Chiapas (México), nunca deja de sonar la música. Por la mañana, en el Zócalo; por la tarde, en el mercado, y por la noche, en sus genuinas mezcalerías
San Cristóbal de las Casas es una caja de música. Suenan en ella, en una
armonía mágica y sin estridencias, cinco siglos de colonización, de
lucha, de etnias, de creencias, de política y de tradición. Viajeros de
todo el mundo acuden hechizados por la "energía" y la belleza de esta
ciudad de calles empedradas y casas de colores llena de contradicciones.
San Cristóbal es el epicentro de los Altos de Chiapas, unas montañas
imprevisibles salpicadas de comunidades indígenas. Cercada por bosques,
San Cristóbal condensa tintes, tejidos, texturas, olores y sabores. Los
visitantes, sin renunciar al ambiente europeo del centro, intentan
absorber la mística de las creencias mayas ancestrales y la del
levantamiento zapatista de 1994. "Vienen a cambiar el mundo, a montar un
negocio o a reencontrarse con el universo", comenta irónicamente una
mujer del Distrito Federal que lleva 15 años en la que es la capital
cultural de Chiapas (la oficial es Tuxtla Gutiérrez), uno de los Estados
más pobres y con mayor amor propio de México.
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