Hace tres años, todo el mundo consideraba a Suecia un modelo
de conducta respecto a cómo afrontar una crisis mundial. Las exportaciones del
país se vieron muy castigadas por la caída en picado del comercio mundial, pero
se recuperaron; sus bien regulados bancos capearon el temporal financiero; sus
sólidos programas de protección social sostuvieron la demanda de los
consumidores; y, a diferencia de gran parte de Europa, seguía teniendo su
propia moneda, lo que le proporcionaba una flexibilidad muy necesaria. Hacia
mediados de 2010, la producción estaba aumentando y el paro disminuía con
rapidez. Suecia, declaraba The Washington Post, era “la estrella de la
recuperación”.
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