Gabriel Casillas / El Financiero
No hay duda de que nuestro país vive una crisis de confianza muy fuerte.
El bajo crecimiento económico -que se ha acentuado en los últimos dos
años-, el incremento de la inseguridad cotidiana, el manejo deficiente
de los problemas sociales y escándalos de conflicto de interés, así como
la reciente depreciación del tipo de cambio, han provocado un desánimo
generalizado de la población. Más aún, he notado que la divergencia de
opinión entre inversionistas mexicanos (negativa) y extranjeros
(positiva) que se observó por varios meses, no existe más, sesgándose
hacia el pesimismo. La “paciencia” que los inversionistas extranjeros
habían observado en cuanto al momento en el que se verán resultados
tangibles de las reformas estructurales, quedó mermada con la crisis de
credibilidad que generaron los conflictos de interés.
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