- Con cada paso que toma la administración de Morena en la anulación, cancelación o cierre de algún órgano del Estado mexicano que servía como contrapeso o instancia
Ricardo Pascoe - El Heraldo de México
Con cada paso que toma la administración de Morena en la anulación, cancelación o cierre de algún órgano del Estado mexicano que servía como contrapeso o instancia de vigilancia autónoma de las actividades del gobierno, crece, en la filas oficialistas, la percepción de su invencibilidad. Recuerdo el grito de marxistas utópicos: “Estamos condenados a vencer”.
López Obrador pensó que su mandato electoral le autorizaba empezar la demolición del Estado, colonizando a sus tres pilares tradicionales: los Poderes Judicial, Legislativo y Ejecutivo. Instauró las mañaneras como método para hipnotizar a un país completamente desmoralizado por la incompetencia de anteriores gobiernos y su corrupción.
Inauguró la era de la militarización como característica central del aparato estatal y adoptó la ideología del amor al narcotráfico. Usó dinero del erario público para comprar conciencias, aunque dejó al tesoro nacional famélico, como perro de mercado. El nuevo dios al que rezaba todos los días es el Poder. El Poder que no se comparte ni se presta. La corrupción alcanzó la marca de familia. Sheinbaum está empeñada en concluir la obra iniciada por el dueño de su gobierno.
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